viernes, 19 de agosto de 2011

¿Ser cristiano en el siglo XXI?




Por Marco Alvarez


             No es novedad afirmar que el cristianismo se ha instalado en nuestra sociedad latinoamericana como un fenómeno sociocultural hegemónico. En efecto, podemos identificar en la historia de América Latina distintos momentos en que “lo cristiano” es asentado y arraigado a los aspectos sociales y culturales de la gran mayoría de los países latinoamericanos. Desde las primeras expediciones europeas hacia nuestro continente el cristianismo ostentado por la iglesia católica llega a punta de espada. En efecto, de los más de setenta millones de indígenas preexistentes sólo quedaron tres millones y medio de almas. (Veksle, 2003) Con la llegada de las colonias protestantes el escenario no varió mucho, de hecho se barrió totalmente con los habitantes originarios en la zona de América del Norte, claro, en nombre del dios “cristiano”. De esta manera América debido a su riqueza natural fue y ha sido un gigantesco botín, el cual ha sido repartido entre las distintas potencias económicas mundiales y gigantes privados de cada época. Todo esto trajo consecuencias nefastas para la vida del continente produciéndose el doloroso e injusto hecho en el que la pobreza del hombre latinoamericano se produce a partir de la riqueza de su propia Tierra. (Galeano, 1971)


 Ha pasado el tiempo y el fruto de diversos procesos sociales ha dejado un continente azotado, mutilado y cansado de las injusticias que se desprenden de los modelos políticos-económicos establecidos en los distintos países. Modelos que simplemente no responden a las necesidades de los habitantes del continente. Modelos que agudizan las desigualdades y golpean de forma brutal a los “leprosos” de nuestra sociedad: los más desposeídos, a los enfermos, estudiantes, trabajadores, adultos mayores que han sido desplazados y olvidados.  En este contexto pareciera ser que históricamente el cristianismo no tiene mayores problemas y ha guardado silencio frente a estas problemáticas sociales, incluso pudiendo convivir con ellas.

 Cuando leemos de un Jesús que estuvo lejos de ser una persona aislada de la comunidad o de la realidad política y social de su entorno, se hace inevitable preguntarnos qué tipo de cristianismo nos han heredado y se nos ha impuesto con el pasar de los años. Tanto desde el mundo católico como desde lo protestante Seguramente nos encontraremos con un “cristianismo” funcional a las máximas de nuestros tiempos, que no cuestiona, no confronta y no se preocupa por una verdadera espiritualidad. 

Al leer en la Biblia el modelo de Cristo y su ejemplo de vida en la tierra, realmente vemos el patrón de espiritualidad cristiano auténtico. Junto con ello quedan al descubierto las enormes contradicciones y falencias del cristianismo actual. En respuesta tenemos dos posibilidades: defraudarnos o buscar realmente a Cristo. Un gran desafío para los cristianos de hoy y del mañana será adentrarnos en la búsqueda del Cristo que está vivo, que ha sido tergiversado a través de la historia, que nos invita a conocerle y nos confronta a seguirle, a ser discípulos suyos, y por ende, a renovar nuestras vidas, sincerar nuestras convicciones más profundas, a tener una relación personal con El, en definitiva, a transformar nuestra mentalidad y espiritualidad.

El desafío, si bien apunta hacia un cristianismo que se preocupe de la Justicia Social, en primer lugar comienza por una verdadera conversión personal, una revolución antropológica que altere nuestras prácticas, creencias, hábitos, que han sido modelados por una sociedad decadente. Hoy vivimos en un verdadero totalitarismo, donde los sistemas religiosos e incluso los programas político-económico más revolucionarios sucumben ante los valores dominantes del neo-liberalismo. (Aguirre, 1988) Es en este escenario de verdadera decadencia social-espiritual donde se hace inminente y necesario, como se dijo anteriormente, volver al Jesús de la Biblia forjando una Espiritualidad Cristiana Contra-hegemónica que se base en el poder de Dios a través de su Espíritu Santo, la importancia de la oración, la relación personal con Dios y el amor hacia el prójimo. Una espiritualidad poderosa y comprometida, que se levante desde comunidades de fe que sigan el consejo del apóstol Pablo: que no se conforme a este mundo, al contrario que se transforme por medio de la renovación del entendimiento. De esta forma podremos comenzar a caminar o retomar el camino hacia lo que Dios quiere para nuestras vidas, para nuestra historia y nuestro devenir, en definitiva orientarnos hacia su voluntad. (Romanos 12:2)

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